¿Usted de qué se va a disfrazar?, me preguntaron los muchachos. Les respondí que del sacerdote de la película del exorcista de 1973. Les gustó mi idea. Ahora tengo que conseguir un sombrerito negro, porque de sacerdote ya visto siempre. El disfraz no era para Halloween, sino para una fiesta de disfraces con un grupo de universitarios. Así que tranquilos, no estoy apuntándome al “día de las brujas”. Aunque si somos rigurosos, no debería llamarse así. Personalmente, prefiero llamarle “All Hallows’ Eve” (Halloween para los amigos), como le llamaba la tradición anglosajona a la víspera de la Solemnidad de Todos los Santos.

Imaginemos que vamos por la tarde de un 31 de octubre en las calles del Londres de la baja Edad Media. Nos encontraríamos con grupos de indigentes y niños, disfrazados de muertos, espíritus o santos, que van de casa en casa cantando y recibiendo un “soul cake”, el predecesor del pan de muertos. Si preguntáramos a algún lugareño a qué se debe el “flashmobe” a lo “The Walking Dead”, nos responderían que se trata del “Souling” (lo siento por los nombresitos en inglés). El “Souling” duraba de la tarde el 31 de octubre al 1 de noviembre.

La costumbre tenía su sentido, y partía de una idea básica y hoy algo olvidada: cuando mueres no te vas automáticamente al Cielo; quien obra el mal, tiene que reparar con oración y buenas acciones durante su vida si quiere gozar de la Vida Eterna después de morir. En el cristianismo, además, se añade a las opciones del más allá, la posibilidad de reparar los pendientes en el Purgatorio, o definitivamente pasar la eternidad en la soledad, dolor y tristeza más absoluta: o sea, el Infierno.

El “Souling” era una forma de recordar que hay familiares, amigos o conocidos, que esperan la ayuda de nuestras oraciones y buenas obras para poder salir del Purgatorio. El “Souling” era una especie de “obra de misericordia a domicilio”. Vivir la caridad con los vivos, en favor de los muertos, y al revés. Eso, ni Miguel, el niño protagonista de la película Coco con su canción “Recuérdame”.

Lamentablemente, a esta tradición anglosajona, le pasó las de Santa Claus. Terminó desplumada en la amalgama de culturas de los Estados Unidos. Luego el cine y el marketing hizo lo suyo, poniéndole sabor a brujas, calabazas y fantasmas.

Sería genial que nuestra cultura recuperara los valores detrás del verdadero Halloween, o mejor dicho “All Hallows’ Eve”: una historia llena de esperanza, donde se refuerzan los lazos con los vivos, y no se olvida a los difuntos. Nos ayudaría, además, a ser más responsables de nuestros actos, y a descubrir que ni el más secreto pensamiento deja de tener alguna repercusión en la sociedad. La culpa y el remordimiento encontrarían una forma auténtica de sanación, y ahorraría bastantes migrañas ocasionadas por el peso de las propias faltas.

*El padre Hugo Dávila es sacerdote católico, doctor en Teología de la Historia