En El Salvador, muchas personas pasan más tiempo en sus lugares de trabajo que en sus propios hogares. Para una gran parte de la población, jornadas que inician al amanecer y se extienden hasta altas horas del día son parte de la rutina. De acuerdo con estudios recientes, 8 de cada 10 trabajadores en San Salvador laboran 49 horas o más por semana, superando el límite legal establecido por la legislación nacional.

El Código de Trabajo salvadoreño establece que la jornada laboral no debe exceder las 44 horas semanales para turnos diurnos, y 39 para turnos nocturnos. También contempla el pago adicional por horas extraordinarias y reconoce que el tiempo en que una persona está disponible para la empresa, aunque no esté realizando tareas activas, puede considerarse tiempo efectivo de trabajo. Sin embargo, la aplicación de estas normativas varía en la práctica, y no siempre se cumple con lo estipulado.

Esto plantea una pregunta válida: ¿por qué se sigue trabajando más allá de lo legalmente permitido? Algunas personas argumentan que se trata de una decisión individual motivada por la necesidad económica. Otros señalan que hay una cultura organizacional que valora la permanencia prolongada en el lugar de trabajo como una muestra de compromiso, lo cual no siempre se traduce en mayor productividad.

Mientras tanto, en otros países se han explorado modelos distintos. Islandia, por ejemplo, llevó a cabo entre 2015 y 2019 uno de los estudios más amplios sobre reducción de la jornada laboral, disminuyendo la semana laboral a 35 o 36 horas sin reducir salarios. Los resultados indicaron mejoras en bienestar y productividad, lo que llevó a que más del 80 % de los trabajadores adoptarán esta nueva modalidad.

En el Reino Unido, un estudio piloto realizado en 61 empresas con más de 2,900 empleados probó una semana laboral de cuatro días. Tras seis meses, el 92 % de las empresas decidió mantener el modelo, reportando beneficios como menor ausentismo, mejor salud mental y, en algunos casos, un incremento en ingresos.

Francia adoptó una jornada máxima de 35 horas desde el año 2000. Países Bajos y Dinamarca presentan promedios aún menores —29 y 33 horas semanales respectivamente— sin que ello haya afectado su productividad o bienestar general. De hecho, estos países suelen ubicarse entre los más eficientes y felices del mundo, según datos de la OCDE y del World Happiness Report.

Estos ejemplos invitan a reflexionar sobre qué modelo laboral es realmente sostenible a largo plazo. No se trata de establecer comparaciones directas, ya que las condiciones económicas y sociales varían entre países, pero sí de abrir el debate sobre la posibilidad de organizar el trabajo de manera que priorice tanto la eficiencia como la calidad de vida.

En el contexto salvadoreño, la extensión de las jornadas laborales suele responder a una combinación de factores: desde las necesidades económicas individuales hasta prácticas empresariales que no siempre se alinean con la normativa laboral vigente. Esto sugiere que cualquier transformación debe contemplar no solo la realidad de los trabajadores, sino también el papel de las instituciones encargadas de supervisar y garantizar el cumplimiento de la ley.

La discusión sobre la duración de la jornada laboral no es nueva, pero ha cobrado nueva relevancia en un mundo donde el equilibrio entre vida personal y profesional se valora cada vez más. Pensar en nuevas formas de organizar el trabajo no implica necesariamente producir menos, sino hacerlo de forma más inteligente, saludable y equitativa.

El reto está en encontrar un modelo que responda a las necesidades del país, mejore la calidad de vida de los trabajadores y, al mismo tiempo, fortalezca la productividad y la sostenibilidad de las empresas.

* Jaime Solis es experto en derechos laborales