La reciente negativa de libertad condicional a los hermanos Lyle y Erik Menéndez nos obliga a reflexionar sobre un caso que, a más de tres décadas de los asesinatos de sus padres, sigue fascinando y dividiendo a la opinión pública. Como criminólogo, la pregunta que surge es: ¿qué significa esta decisión para el futuro de los Menéndez y para el sistema de justicia en sí mismo?
La Junta de Libertad Condicional de California, al denegar su solicitud, envió un mensaje claro: la crueldad de sus crímenes y la falta de un remordimiento genuino, percibido por las autoridades, pesan más que el tiempo cumplido y la supuesta rehabilitación. En el imaginario colectivo, los Menéndez no son solo asesinos; son la encarnación de la traición familiar, un acto que rompió el tabú más sagrado de la sociedad. Si bien la defensa argumentó que los asesinatos fueron una respuesta a años de abuso físico, emocional y sexual, la corte original y, ahora, la junta de libertad condicional han optado por priorizar la brutalidad del acto.
Esta negativa no es un hecho aislado. Se enmarca en una tendencia de la justicia estadounidense, que a menudo, por lo general muestra una reticencia a perdonar crímenes de alto perfil que conmocionaron a la nación. La posibilidad de un "perdón" o una segunda oportunidad para figuras como los Menéndez genera controversia. ¿Se les debe considerar rehabilitados, capaces de reintegrarse a la sociedad? ¿O la pena es un castigo perpetuo, un recordatorio de que ciertos actos son imperdonables? La junta, al rechazar su solicitud, se inclinó por la segunda opción, reafirmando la idea de que la magnitud de su crimen los condena a una vida tras las rejas por sobre la posibilidad que existiera cuaquier tipo de abusos contra los hermanos.
Para Lyle y Erik, esto significa que sus vidas están selladas. Si bien tendrán derecho a futuras audiencias de libertad condicional, la probabilidad de que su situación cambie es escasa. Los Menéndez ya no son los jóvenes que mataron a sus padres; son hombres de mediana edad que han pasado más de la mitad de su vida en prisión. Es probable que sus últimos años transcurran en un entorno de reclusión, lejos de la redención o el perdón público.
Este caso, y la reciente decisión, nos invitan a un debate más amplio sobre el propósito de la prisión. ¿Es solo un lugar de castigo o un centro de rehabilitación? Se consideran bodegas humanas donde los criminales deben morir sin ningun tipo de beneficio penitenciario. La negativa de libertad condicional a los Menéndez parece sugerir que, al menos en su caso, la prisión es un castigo. Y si bien esto puede satisfacer a quienes creen que los crímenes graves deben ser castigados sin piedad, también plantea interrogantes sobre la posibilidad de la redención.
¿Hay límites al perdón, incluso cuando los perpetradores han pagado su deuda con la sociedad? La respuesta de la junta en Estados Unidos por ahora, parece ser "sí". Y para los hermanos Menéndez, esa respuesta es un punto final a cualquier esperanza de un futuro fuera de las rejas.
*Ricardo Sosa es Dr y Msc en Crimlnologia
@jricardososa