Leer un libro no es solo un acto solitario, es un acto de nación. Cada vez que una persona abre una novela, un poema o una obra clásica, se despierta también una parte dormida de la sociedad. 

La lectura no solo enriquece a quien la ejercita, sino que fortalece la cultura, el pensamiento y el espíritu de los pueblos. En eso coincidía el sabio escritor salvadoreño Francisco Gavidia, quien soñaba con un país que amara las letras y entendiera la lectura como una forma de libertad.

Hoy, cuando la prisa y la distracción parecen haber desplazado al libro, conviene recordar que leer sigue siendo una de las formas más bellas y poderosas de transformar el mundo.

Leer para pensar

La literatura enseña a reflexionar. Las grandes obras plantean dilemas humanos que atraviesan el tiempo y las fronteras. Al leer Hamlet de Shakespeare, uno se pregunta: ¿es justo vengarse? ¿Vale la pena dudar? ¿Qué sentido tiene la vida cuando todo parece perdido? Estas preguntas, más allá del teatro, son ejercicios de pensamiento. Leer desarrolla el juicio crítico, la capacidad de análisis y el arte de escuchar la propia conciencia.

Cuando un joven lee, no solo aprende palabras nuevas: aprende a pensar con profundidad y a decidir con sabiduría. Esa es una de las grandes tareas de la educación moderna: formar lectores que piensen. Como dice la Escritura: “Examínenlo todo y retengan lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21). Leer también es eso: examinar, discernir y retener lo que edifica el alma.

Leer para pertenecer

Cada pueblo guarda en sus libros el reflejo de su alma. Leer los clásicos no es mirar hacia atrás, sino reencontrarse con las raíces. En las páginas de Don Quijote de la Mancha late el espíritu de quien lucha por sus ideales, aunque el mundo se burle de él. En cada historia heroica o humilde se esconde un pedazo de nuestra identidad colectiva.

Cuando una sociedad conoce sus letras, respeta su historia y valora su diversidad. La literatura nos enseña a ser salvadoreños, latinoamericanos y, al mismo tiempo, ciudadanos del mundo.

Leer para expresarse mejor

Quién lee, habla mejor, escribe mejor, y también piensa mejor. La literatura amplía el vocabulario, mejora la ortografía y enseña a comunicar con claridad y belleza. Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, demuestra que las palabras pueden crear universos enteros. Cada frase bien escrita es una herramienta para el trabajo, la convivencia y la vida pública.

Una sociedad que se expresa bien, también se comprende mejor a sí misma.

Leer para comprender al otro

Leer nos vuelve más humanos. Cada novela, cada cuento, cada poema, nos invita a mirar con los ojos de otro. Al leer Los hermanos Karamazov de Dostoyevski, nos acercamos al drama moral, al conflicto interior, a la necesidad del perdón. La literatura nos enseña a entender el dolor ajeno, la pobreza, la injusticia, la soledad.

Y cuando un pueblo aprende a sentir, también aprende a convivir. La empatía que nace de la lectura es la semilla de una sociedad solidaria. En palabras del apóstol Pablo: “Gócense con los que se gozan; lloren con los que lloran” (Romanos 12:15). La literatura nos entrena precisamente en eso: en compartir el gozo y el dolor de la humanidad.

Por qué cuesta leer

No es que la gente no quiera leer; muchas veces no sabe cómo reencontrarse con el libro. Vivimos rodeados de pantallas, mensajes instantáneos y estímulos que duran segundos. La lectura, en cambio, exige silencio y paciencia, dos virtudes escasas en la era digital.

Los jóvenes prefieren los videos breves de TikTok o Instagram antes que las páginas de El Principito, sin saber que en esa pequeña novela se esconde una lección de vida sobre la amistad y la inocencia.

A ello se suma la falta de hábito lector desde la infancia. Si los niños no ven leer a sus padres, difícilmente verán los libros como una puerta de gozo. Las bibliotecas públicas siguen siendo pocas y los libros, costosos para muchas familias. Y cuando en las escuelas la lectura se impone como castigo o tarea, sin emoción ni contexto, el resultado es rechazo.

Leer debería ser una aventura, no una obligación. Cada texto puede conectarse con la vida real: Romeo y Julieta no es una historia antigua, es una reflexión sobre el odio heredado, las decisiones impulsivas y la fuerza del amor; La metamorfosis de Kafka no es solo fantasía, sino un espejo de la incomprensión y la soledad que viven muchos jóvenes hoy.

Leer para renacer

La lectura no es un lujo, es una necesidad espiritual. En tiempos de violencia, desconfianza y apatía, los libros pueden devolvernos el sentido de comunidad y esperanza. Leer es resistir al olvido, es educar la mente y el corazón.

Como decía Gavidia, “el alma del hombre se engrandece cuando dialoga con la palabra”, desarrollado en sus “Ensayos y discursos literarios” (1944). Esa es, quizás, la tarea de nuestro tiempo: volver a dialogar con la palabra escrita, redescubrir la belleza de una historia bien contada, y dejar que la lectura nos humanice de nuevo.

Porque cuando un pueblo aprende a leer con el alma, ningún poder puede apagar su luz.

* Alfredo Caballero Pineda, es escritor y consultor empresarial. 

alfredocaballero.consultor@gmail.com