La mediocridad en la música popular actual ha generado una densa discusión sobre la calidad artística y el valor cultural que se transmite a través de la música que se escucha y se vende actualmente.
En la era del autotune, la imagen, y el marketing muchos “cantantes” se han centrado en la apariencia física y en efectos tecnológicos para captar la atención del público, y dejan en segundo plano la verdadera expresión vocal y la profundidad de sus letras.
Uno de los aspectos más evidentes es el uso indiscriminado del autotune, un recurso tecnológico que corrige la afinación y puede crear voces perfectas de forma artificial. Sin embargo, esta técnica ha llevado a una infravaloración de la voz humana, donde la habilidad, la expresividad y la creatividad se ven proscritas.
Muchos cantantes se apoyan en esta no para enriquecer y mejorar su interpretación, sino para ocultar una falta de técnica o de talento legítimo. Consecuentemente, las voces auténticas, llenas de matices, tonalidades, tesituras y emociones, son cada vez menos valoradas en un mercado en el cual prevalece la apariencia y el impacto visual.
Por otro lado, la cultura del espectáculo ha puesto en primer plano la imagen. Algunos cantantes parecen centrarse más en mostrar su cuerpo que en transmitir mensajes significativos a través de su música. Las letras con contenido sexual y provocativo se han convertido en la norma para llenar estadios y captar la atención de un público juvenil, muchas veces seducido por lo que está de moda y el escándalo más que por la calidad artística. Esto ha llevado a que la música se reduzca a un producto superficial, donde el contenido profundo y las letras poéticas son desplazadas por temas vacíos, y repetitivos.
Mientras tanto, los artistas que sí apuestan por composiciones elaboradas, armonías complejas y letras con contenido poético enfrentan una difícil aceptación en un mercado que favorece la inmediatez y la superficialidad. La falta de reconocimiento para estos músicos más auténticos refleja una tendencia cultural que valora la apariencia y el impacto instantáneo por encima de la calidad y la profundidad artística. Con nombres estrafalarios y con un gran despliegue de publicidad como cualquier producto enlatado han acaparado la mediocridad y el mal gusto.
En conclusión, la mediocridad en la música contemporánea con dizque cantantes que llenan estadios es un reflejo de una sociedad que prioriza lo visual y lo efímero sobre lo sustancial. Aunque todavía existen artistas que buscan rescatar la verdadera esencia de la música, el predominio del autotune, la estética y las letras vacías parece indicar que, por ahora, la verdadera expresión artística ha quedado en segundo plano en favor de un espectáculo superficial, banal y comercial.