Cada 31 de octubre el mundo entero celebra con entusiasmo una de las fiestas más difundidas de la cultura moderna: Halloween. Las calles se llenan de niños disfrazados, luces naranjas, calabazas talladas y un aire de aparente inocencia. Pero detrás de esa fachada colorida y comercial se oculta una realidad espiritual que pocos se atreven a reconocer: Halloween no es una fiesta inofensiva, sino una estrategia de las tinieblas para activar maldiciones espirituales bajo el disfraz de tradición y cultura. El apóstol Pablo advirtió que Satanás “se disfraza como ángel de luz” (2 Corintios 11:14)

Y precisamente en ello radica su astucia: hacer pasar por inocente lo que tiene raíces en la oscuridad. Halloween proviene del antiguo festival celta “Samhain”, dedicado a honrar a los muertos y a celebrar la supuesta conexión entre el mundo espiritual y el terrenal. Con el paso del tiempo, esa conmemoración se mezcló con otras prácticas paganas y fue absorbida por la cultura occidental. Lo que alguna vez fue un ritual de invocación se transformó en una “fiesta infantil”, pero su esencia permanece intacta: abrir puertas espirituales a fuerzas contrarias al Señor Jesucristo.

La Biblia enseña que las maldiciones no llegan sin causa: “Como el gorrión en su vagar, y como la golondrina en su vuelo, así la maldición nunca vendrá sin causa” (Proverbios 26:2). Cuando una persona se asocia con símbolos, prácticas o celebraciones que exaltan la muerte, el miedo o la brujería, se alinea con los valores del reino de las tinieblas. Esa alineación —aunque parezca trivial o cultural— crea un punto de contacto espiritual que otorga legalidad al adversario para operar. Deuteronomio 18:10-12 es contundente al advertir que toda forma de hechicería, adivinación o invocación de muertos es abominación para Dios. No existe versión “inofensiva” del ocultismo.

El enemigo, sin embargo, ha logrado vestir el mal de cultura, el pecado de diversión y la idolatría de entretenimiento. Así, muchos padres, sin mala intención, permiten que sus hijos participen en esta festividad, creyendo que es un simple juego, cuando en realidad están introduciendo sus hogares en una atmósfera de tinieblas. Las maldiciones operan en distintos planos. Primero, contaminan la mente, porque todo acto simbólico tiene una repercusión espiritual. El que se disfraza de demonio o de muerto no solo adopta una imagen, sino que asume temporalmente una identidad simbólica contraria a la de un hijo de Dios.

En el ámbito espiritual, esa identificación concede terreno al enemigo, pues lo que el hombre celebra, termina modelando su espíritu. En segundo lugar, las maldiciones pueden arraigarse generacionalmente. Cuando los padres normalizan la oscuridad, sus hijos crecen creyendo que lo macabro es divertido y lo sagrado es aburrido. El Señor advirtió en Éxodo 20:5 que visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que le aborrecen. Esa herencia no es solo moral, sino espiritual. Introducir Halloween en el hogar es sembrar semillas de confusión que pueden florecer en formas de temor, depresión o fascinación por lo oculto.

Finalmente, las maldiciones también se manifiestan a nivel territorial. Cada año, mientras muchos celebran sin discernimiento, en diversas partes del mundo los grupos satánicos realizan rituales de consagración, invocación y sacrificio. Halloween es para ellos una fecha de poder espiritual. Es un tiempo de “reclamación”, donde buscan fortalecer su influencia sobre regiones enteras. No es casualidad que después de estas fechas aumenten los reportes de suicidios, violencia, y perturbaciones espirituales. Donde se celebra la muerte, se debilita la vida; donde se glorifica la oscuridad, la luz se apaga.

El mundo moderno ha convertido Halloween en un producto cultural. Se le ha despojado de su significado original y se ha revestido de marketing, dulces y películas infantiles. Pero detrás de cada símbolo —la calabaza iluminada, la escoba, el gato negro, la sangre falsa— subsiste una burla hacia realidades espirituales que toman en serio sus invocaciones. El objetivo de Satanás no es que el hombre adore abiertamente a los demonios, sino que los trivialice; que el mal parezca inofensivo, y que la santidad parezca exagerada. El apóstol Juan escribió: “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19).

Participar de Halloween, por inocente que parezca, es cooperar con ese sistema. Por eso la exhortación bíblica es clara: “No participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas” (Efesios 5:11). La Iglesia de Cristo no puede ser espectadora pasiva de esta deformación espiritual. Debe ser luz, voz profética y muro de contención frente al avance de la oscuridad. Lo único que puede contrarrestar esa maldición es la sangre del Señor Jesucristo. Él “nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición” (Gálatas 3:13).

Esa redención rompe toda cadena heredada y toda influencia demoníaca. Pero la redención no se conserva participando en las obras del mundo, sino separándose para Dios. La santidad no es restricción: es una muralla espiritual que protege. Este tiempo demanda discernimiento. El cristiano no puede servir a dos señores ni jugar con aquello que el Señor Jesucristo vino a destruir. La llamada “noche de brujas” es, en realidad, una noche de tinieblas espirituales, y quienes la celebran inconscientemente declaran pacto con lo que aborrece Dios.

Frente a esa realidad, el pueblo de Dios debe despertar. No basta con no participar; es necesario interceder, enseñar y proclamar la verdad. Que en cada hogar cristiano se levante un altar de adoración, una lámpara de oración y una palabra de autoridad que declare: “Jesucristo es Señor sobre nuestra casa, sobre nuestra ciudad y sobre esta generación”. Halloween es el disfraz con que las tinieblas buscan entrar a los hogares del siglo XXI. Pero donde hay luz, la oscuridad huye. Que esta fecha no te encuentre disfrazado de muerte, sino revestido de vida, proclamando que ninguna maldición puede prevalecer donde el nombre del Señor Jesucristo ha sido entronizado.