Venezuela es un caso muy extraño la comunidad internacional, porque en puridad es un gobierno y un estado convertido en una banda criminal organizada para delinquir, atemorizar y desestabilizar  la región.

Lo que nació como una proyecto de país llamado en su inicio “el proceso”, luego la “revolución bolivariana”, y más tarde “Socialismo del Siglo XXI”, hoy no tiene denominación alguna: no es una república democrática participativa,  representativa y popular; tampoco es un sistema comunista; mucho menos una expresión socialdemócrata o socialcristiana, porque no encaja en su contenido, praxis y definición. Tampoco un estado comunal como lo pretendió París en 1871, el Khmer Rojo en 1975 o Mao en 1958 con el Gran Salto Adelante, todos ellos estrepitosamente fracasados por inviables.

No es  ni tan siquiera un kibutz, ni una dictadura nacionalista tipo Franco, Pérez Jiménez, Perón, Rojas Pinilla o Pinochet; mucho menos un absolutismo ilustrado, porque sería una antinomia, imagínense, “ilustrado”.

Es, evidentemente, un gobierno militar sometido a un atolondrado déspota civil, cuyo fin no es la “felicidad de su pueblo” ni la grandeza nacional, sino la cartelización del crimen internacional organizado. Y lo han logrado con muchas dificultades, porque hay parcelas de poder claramente definidas y asignadas, muchas veces en pugna y otras coincidente en los intereses.

El origen inicial sí que está claro, todos ellos provienen de una relación, un sentimiento, una influencia, simpatía o colaboración con el marxismo, el socialismo o el fidelismo. En eso no han variado. Solo se han adaptado. Dejado atrás, el desconcierto de la disolución de la Unión Soviética y la Caída del Muro de Berlín, ese orfandad conceptual casi religiosa, se adaptó rápidamente a los nuevos tiempos.

Ya no fue la destrucción del capitalismo y la imposición del socialismo (el estatismo) el objetivo de la lucha sino la destrucción de los valores morales y jurídicos tradicionales de la sociedad occidental (quedó vigente sí, aquello de que el fin justifica los medios)

Es un sancocho, pues. Pero un sancocho de criminales, malvivientes, ignorantes y malandros, muchos malandros saqueando las riquezas naturales de un país, y desmontando sus valores culturales centenarios; y muchos muertos, expropiados, torturados, desaparecidos, violados, exiliados, hambreados, desesperanzados, privados de libertad e hipotecados.

En la actualidad la totalidad de los 27 países integrantes de la Unión Europea, más Suiza, Canadá, Estados Unidos han calificado al Alto Mando Militar y a los integrantes del tren Ejecutivo (una especie de Tren de Aragua o Tren de los llanos más compacto) como elementos peligrosos a quienes se les tiene prohibida la entrada a sus países, se les ha congelado los bienes muebles e inmuebles que tuvieren en sus territorios, catalogados como violadores de los Derechos Humanos y/o lavadores de dinero negro, sea por narcotráfico, de armas o proveniente de la corrupción.

No tiene un Parlamento actuante, no tiene un Tribunal Supremo creíble, ni un Consejo Electoral legal. El sistema de identificación y Extranjería,  Registros y Notarias, Inteligencia, puertos y aeropuertos, tutoriados y dirigidos por cubanos, quienes además ejercen posiciones  de mando dentro de nuestra organización militar y de seguridad. ¿Entonces, qué es Venezuela, un país, un protectorado, una organización criminal agavillada contra la población desarmada? Es un conjunto de todo ello.

Por Maduro, este especie de personaje que pareciere extraído de uno de esos Cuentos de lo grotesco y arabesco, escritos por Edgard Allan Poe, la Justicia estadounidense ofrece una recompensa de 50 millones de dólares, por ser el jefe del llamado Cartel de los soles, en alusión a las charreteras que identifican el grado de General a un militar.

Por cierto, se dicen que hoy en día existen cerca de mil generales en las fuerzas armadas venezolanas. Disculpen que no escriba fuerzas armadas nacionales bolivarianas, y lo haga en minúscula, porque me parece una desconsideración e irrespeto a Simón Bolívar Palacios y Blanco. Tampoco son nacionales, los cubanos ejercen mandos e imagino que chinos, rusos e iraníes imparten sus órdenes, igualmente. Conozco a un general venezolano, que en tiempos del mismísimo Chávez, se salió de una reunión militar, porque el expositor era un general cubano. Por supuesto, hoy está en el exilio.

Lo que no se alcanza a comprende es, cómo sí existe una crisis humanitaria innegable, un estado de peligrosidad existencial que desestabiliza la región y disuelve la nación venezolana, ¿porqué se duda de la necesidad de una Fuerza Multilateral de Liberación, que garantice la continuidad de la vida, la integridad, solvencia de nuestro territorio, la existencia de un estado de derecho democrático, y la seguridad regional?

Esa pregunta debe concatenarse con una aseveración irrefutable: La comunidad internacional, la cultura y los valores Occidentales, en los cuales estamos inmersos (que no son otros que los valores judeocristianos unidos a propuestas republicanas y jurídicas de griegos y romanos ) que hoy pasa por la democracia como sistema de gobierno y el respeto irrestricto a los Derechos Humanos y de la naturaleza en permanente evolución, hoy se encuentra en Estado de Guerra contra aquellos países, movimientos terroristas, fundamentalistas, estatistas y wokistas, que intentan por todos los medios, su destrucción y sustitución. En Hispanoamérica lo observamos con mucha intensidad en Argentina, Ecuador, Colombia, Bolivia, donde antiguos militantes del Socialismo del Siglo XXI como en Argentina, por ejemplo, donde el kirchnerismo, gobernó durante 20 años bajo el amparo del peronismo de izquierda (léase montoneros, hoy la Cámpora), pretende gobernar por abajo, tal como lo anuncio Daniel Ortega (ganó las elecciones, pero gobernaremos desde abajo, dixi) cuando Doña Violeta Chamorro accedió al poder.

En consecuencia es una batalla que no debemos ni podemos eludir, sería el fin de la civilización occidental tal como la conocemos, y que pasa por el derecho natural de ser libres, con todo lo que conlleva ese concepto.

*   Juan José Monsant Aristimuño es diplomático venezolano, fue embajador de su país en El Salvador.