El Salvador enfrenta, desde hace décadas, un desafío que atraviesa silenciosamente cada hogar: la falta de oportunidades y la carencia de empleo digno. Este problema no solo afecta la economía, sino que toca lo más profundo del tejido social. Jóvenes que egresan de escuelas y universidades se enfrentan a un mercado laboral limitado; padres y madres hacen grandes esfuerzos para sostener a sus familias con salarios mínimos que no alcanzan; muchos migran porque sienten que su país no les ofrece un futuro. Este escenario genera frustración, desigualdad y, en muchos casos, desesperanza.

Ante esta realidad, surge una pregunta fundamental para quienes seguimos al Señor Jesucristo: ¿qué significa ser cristiano en medio de un país con tantas carencias? La respuesta la dio el mismo Señor en el Sermón del Monte: “Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5:13-14). Estas palabras no son una metáfora poética, sino una misión práctica. Ser sal y luz implica transformar la realidad con la presencia y el carácter de Cristo en nosotros. No es suficiente congregarnos, cantar y orar —aunque todo ello sea vital—; es necesario que la fe se traduzca en acciones concretas.

Acciones que iluminen la oscuridad y den sabor de esperanza donde otros solo perciben amargura. En la cultura bíblica, la sal servía para preservar los alimentos de la corrupción y para dar sabor a lo insípido. Así también, los cristianos estamos llamados a preservar la dignidad humana en un entorno donde la falta de oportunidades amenaza con descomponer los valores de la sociedad. El apóstol Pablo escribió: “Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Filipenses 2:15).

Nuestra misión es preservar la esperanza en medio del desencanto y ser testimonio de que la vida tiene sentido más allá de las estadísticas. Ser sal significa animar al que busca trabajo, acompañar al que se siente derrotado, y recordar que Dios es fiel en todo tiempo. El desempleo y la falta de oportunidades son sombras que oscurecen la vida de miles de salvadoreños. La luz del Evangelio está llamada a brillar precisamente ahí. Jesús dijo: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”(Mateo 5:16).

La luz no se limita al templo. La iglesia está llamada a alumbrar en las comunidades más golpeadas, en los hogares donde la incertidumbre es diaria, en las calles donde los jóvenes buscan caminos para sobrevivir. Ser luz significa guiar con esperanza, inspirar con testimonio y abrir puertas con bondad. El Evangelio se resume en tres prácticas fundamentales: verdad, amor y bondad. La verdad nos llama a vivir con integridad. En un país donde muchos luchan con la tentación de la corrupción o el engaño como supuestas “salidas”, el cristiano debe ser ejemplo de honestidad. 

El amor nos invita a acompañar a los que sufren, compartiendo lo que tenemos y siendo sensibles al dolor de los demás. La bondad nos desafía a responder al mal con bien, a sembrar actos concretos de servicio que, aunque parezcan pequeños, tienen poder de transformar vidas. El apóstol Juan lo dijo de manera clara: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18). Un cristianismo sin acción es religión muerta; un cristianismo que practica la bondad es luz que ilumina y sal que preserva de la corrupción.

Los grandes problemas nacionales no se resolverán de la noche a la mañana. Pero cada cristiano puede ser un agente de cambio en su entorno inmediato: en su familia, en su lugar de trabajo, en su comunidad. Un creyente que es responsable, honesto y generoso ya está sembrando semillas de transformación. Una iglesia que capacita a jóvenes, apoya a familias en necesidad y promueve proyectos solidarios está siendo fiel a su identidad de sal y luz. El Salvador necesita iglesias cristianas que se conviertan en centros de esperanza. Espacios donde los jóvenes encuentren capacitación, donde los desempleados hallen acompañamiento y donde los necesitados reciban apoyo. 

No se trata de sustituir responsabilidades ajenas, sino de vivir el Evangelio con coherencia. La falta de oportunidades y la carencia de empleo son realidades dolorosas que marcan la vida de miles de compatriotas. Pero lejos de paralizarnos, deben ser vistas como la oportunidad para que la iglesia despliegue su misión. Ser sal y luz no es un eslogan, es un estilo de vida. Es vivir de tal manera que los demás perciban la bondad de Dios en nuestras acciones. Es preservar la esperanza en medio de la desesperanza y alumbrar el camino hacia el Señor Jesucristo en medio de la oscuridad.

El desafío está planteado: ¿seremos una iglesia encerrada en cuatro paredes, o una iglesia que transforma realidades con amor, verdad y bondad? El Salvador espera ver la diferencia. La decisión está en nuestras manos. Jesús dijo que sirviéramos, porque en el servicio está la grandeza del Reino de los Cielos.