El recién pasado martes 2 de septiembre se cumplieron 65 años de una de las tantas intervenciones violentas en la Universidad de El Salvador (UES), perpetradas a lo largo de su historiapor regímenes dictatoriales. Diez años antes, el 3 de agosto de 1950, tuvo lugar una incursión encabezada por el entonces rector de la misma ‒Carlos Llerena‒ y secundada por jefaturas policiales. Según la maestra Sofía Zamora Briones, su actual oficial de información, el de 1960 fue el primer ataque de gran envergadura contra la única entidad púbica de ese nivel existente en el país cuyo lema oficial debería decirnos mucho:“Hacia la libertad por la cultura”. Tan acertado enunciado quedó institucionalizado durante el rectorado de Napoleón Rodríguez Ruiz; pero, a final de cuentas, ha sido letra muerta en un país donde poco falta para que el conocimiento y el pensamiento críticos terminen siendo lujos liquidados y sepultados.

Rodríguez Ruiz ‒jurista, académico, docente y autor de “Jaraguá”, texto clásico de nuestra literatura–ocupaba ese importante cargo cuando inició la persecución oficialista violenta, abierta y descarada contra la UES que ‒en lugar de ser favorecida por su importancia para el desarrollo integral del pueblo‒ fue y sigue siendo calumniada, perseguida y atacada de diversas maneras desde “arriba”. Tal escenariovisiblemente negativo para la sociedad en su conjunto,evidencia las pocas luces de quienes ‒más abiertaque solapadamente‒ han hecho y deshecho acá lo que han querido.

Una breve reseña de lo ocurrido hace seis décadas y media, habla de una “ocupación militar” de la rectoría de nuestra alma mater ubicada en la capital. Bien dicho, pues la Policía Nacional era un cuerpo represivo militarizado. Entonces, integrantes de esta asesinarona golpes a Mauricio Esquivel Salguero, estudiante y bibliotecario del recinto estudiantil; además, resultaron gravemente heridas numerosas personas entre las cuales destacaban Rodríguez Ruiz junto a susecretario general –Roberto Emilio Cuéllar Milla, mi padre–  y el fiscal universitario Jorge Alberto Barriere.

Un día antes del agravio, quien lo ordenó le envió una carta al rector. “En la opinión pública –escribió el teniente coronel José María Lemus, presidente derrocado semanas después– está generalizada la creencia de que la Universidad, por obra de minorías audaces, está convirtiéndose en un reducto de subversión y propagación de doctrinas disolventes”. “Los elementos de juicio de que se nutre esta idea son abundantes”, sentenció. Sin darle chance de nada a las autoridades universitarias, inmediatamente seconsumó la brutal acción gubernamental relatada. La “justificación” utilizada por Lemus para atentar así contra la formación profesional pública, ha sido la muletilla cansonamente repetida por el oficialismo para atacar con saña a la “Universidad Nacional”, como se conoce comúnmente.

Antes, el entonces todavía pichón de dictador –general Maximiliano Hernández Martínez–  la despojó de su autonomía días después de ordenar la matanza de indígenas y campesinos, realizada principalmente en el occidente del territorio nacional. De febrero de 1932 a mayo de 1933, la UES permaneció oficialmente supeditada al mandato del tirano; luego la siguió controlando mediante diversos mecanismos autoritarios. No obstante, la población estudiantil fue determinante en la organización y el despliegue de la huelga de brazos caídos que forzó su renuncia.

Años después, previo al período presidencial del general Fidel Sánchez Hernández, ya existía la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas fundada por los jesuitas en 1965. Pero los graves desencuentros entre el dominio chafarote y la comunidad de nuestra casa de estudios superiores, continuaron en ascenso. Con el terreno así abonado, tuvo lugar la intervención militar coronada por el sucesor de Sánchez Hernández –el coronel Arturo Armando Molina– apenas diecinueve días después de haber asumido la jefatura de Estado. El 26 de junio de 1980 se produjo una intervención militar más, esta vez brutalmente sangrienta. A la anterior síntesis del atropellado trajinar de la Universidad de El Salvador, agréguese el asesinato de su rector mártir ‒el ingeniero Félix Ulloa‒ hace casi 45 años.

En síntesis, nuestra alma mater ha sido tradicionalmente detestada por los poderes de este país; cuando ha resultado insoportable en demasía el actuar político de sus estudiantes y autoridades, por separado o conjuntamente, esta ha debido pagar altas y cruentas facturas cobradas a lo largo de los años por los mismos, tanto formales como reales. Hoy, pese a todo el grave daño que sufren el país y sus mayorías populares, la tradicional rebeldía universitaria se encuentra en “pausa”. El desafío en estos tiempos y los que están por venir es, pues, agregar al lema antes referido ‒“Hacia la libertad por la cultura”‒ la consigna enarbolada en las gestas históricas de su estudiantado organizado: “¡Estudio y lucha!”. No hay más…