Hace ya varios años, previo a una presentación en el Teatro Nacional, recuerdo haber visto proyectado en la cortina principal del escenario, un video que mostraba a la humanidad en sus ciclos históricos. Civilizaciones con sus aportes, aciertos y desaciertos; podía observarse tomas de las pupilas expectantes, en donde el asombro se columpiaba, algunas veces caía pero siempre volvía al ruedo por el soplo humano del saber, yendo de blanco y negro a color, de excavaciones en inhóspitas tierras que compartían igual oscuridad que las misiones en el fondo del océano, para luego maravillarse de un cuestionado alunizaje; de guerras, hambrunas, éxodos y todo esto y más al compás de la premiada composición Bolero de Maurice Ravel. Que al unísono de su crescendo, aparecían imágenes históricas de los tiempos más álgidos, de las luchas, de los conflictos que definieron a generaciones, las que se desarrollaron dentro de una civilización que como un hilo entrelazado van conformando la historia; talvez no linealmente, pero si en ciclos con propias características.

En relación a esto, el filósofo español José Ortega y Gasset habló sobre la idea de las generaciones en el sentido de cómo estas influyen en la historia, como la evolución se hace presente en el cambio generacional ante los aspectos sociales, políticos, económicos o religiosos.

Dichos elementos de siempre presentes en la historia, pueden ser percibidos por estas y si así sucediera, puede existir la espontaneidad previamente a tener una sensibilidad vital para modificarlos parcial o totalmente, así mismo, proponer algo nuevo y mejor; o, como caso contrario, serán estos aceptados y continuados sin objetar mínimamente lo establecido.

Cada generación define una época, tiene y deja algo que la identifica de las anteriores y en ocasiones puede ser un referente a las venideras. Pero Ortega y Gasset también señaló sobre las variantes en cuanto a la sensibilidad vital de cada generación. Creo que esas “variantes” definieron y seguirán haciéndolo, si se presenta de esta manera el nivel de conciencia no es igual para todos los individuos y como ya lo sabemos, no existen generalizaciones ni máximas pétreas, al menos no en esta vida.

Seguramente cuando una generación, generalmente unos cuantos, que comparten esa espontaneidad de decidir tomar acción en cualquier aspecto desde su sentir, deja una huella significativa. Y pienso que sucede con una armonización de intangibles que ocurren en el momento exacto para la consecución de sus propósitos, aun teniendo en su contra esos remolinos grises y ensordecedores que aparecen ante el temor de un cambio, de un replanteamiento de ideas de cariz evolutivo, pero que persisten en su desistimiento.

Creo que cada generación hemos heredado un poco de las que nos antecedieron, así como hemos gozado de lo que estas allanaron positivamente el camino para nosotros, pero también hemos cargado con vicios y errores que no fueron tocados con el velo de la concientización evolutiva y racional; al final, el ciclo vital de la humanidad.

Podrían leerse estas líneas un tanto simplistas ante el mismo fenómeno de vida, pero no lo es. Es solo una atrevida manera de tratar de comprender el peregrinar del espíritu entre el nacer, descubrir, sentir y luego partir dentro de un marco de espacio y tiempo determinados.

Cada generación que nace sigue y seguirá maravillándose de lo que va conociendo, pues es su tiempo, su época, su momento, ninguna mejor que otra. Todas arrastran omisiones, temores, dolores, vacíos que no fueron vistos o se ignoraron, estos y otros que fueron encontrados en el espiral vital.

Cada uno tenemos la experiencia propia de vivir y que oportuno fuese que se incluyera la sensibilización vital para potenciar nuestro paso por acá.

*Ivette María Fuentes Cortez es abogada