Antes, en octubre, aquellos vientos anunciaban el verano y prometían las flores de enero a marzo. Ahora, octubre es húmedo, tanto, que parece mayo o junio. Pero, qué cosas, el estallido de flores de enero y de febrero y de marzo, en maquilishuat y en cortés blanco y en árbol de fuego no falta a la cita.

Así es la obra plástica de Augusto Crespín que, desde la década de 1970, año con año, ha venido desplegando colores, líneas precisas para sus figuraciones (en realidad, sus interpretaciones) y sueños. Los tiempos han cambiado, pero el Artista ha sabido aspirar el aroma de estas horas.

Ya no sos el mismo, le habrán dicho por ahí, y es cierto, ya no. Sin embargo, se trata de una mejor versión de aquel muchacho nacido en las faldas del volcán de San Salvador seis décadas atrás. Ha evolucionado. Ha visto el mundo y sus demonios y sus humores le han estallado en la cara. Pero el artista plástico que Augusto es, ha sabido arrostrar las augustas horas que han llovido sobre sus lienzos y sus papeles.

Ha sido un angosto camino por el que ha transitado este Artista, alumno de Valero Lecha. Pero no se ha arredrado. Él sigue con su paleta de colores y sus pinceles y sus trazos capturando las briznas de la humana realidad que no rehúye.

Con la llegada del fin de la guerra, en 1992, Augusto Crespín pudo haber ‘adelgazado’ su arte, descuidado su introspección, y entonces… se habría ido por el tragante. ¡Se lo habría comido el Lobo Feroz! No ha sido así. Crespín es un Artista pleno, dueño de su técnica y autónomo en sus ideas. No ha tenido necesidad de usar máscaras. Lo que ha dibujado, lo que ha pintado, lo que ha grabado está ahí y se reconoce su estilo, su postura estética.

En la historia de la plástica centroamericana Augusto Crespín tiene ganado su sitio de forma merecida.

El mercado de Arte, en esta zona del mundo, no debería ser el parámetro para establecer la calidad artística. Si vende mucho, entonces vale. Si vende poco, entonces no. Por suerte, esas disquisiciones no han preocupado nunca a Augusto, quien siempre ha sido un constante y disciplinado artista plástico, sin cuerda que lo ate y siempre abierto a los cambios del mundo.

Hay perfiles de algunos de los personajes que dibuja Crespín donde es claro que el Artista está vién-do-se lo que ve. O lo que no vemos. O peor aún: lo que no queremos ver. Como el Poeta, el Artista Plástico interroga su mundo, y no se conforma con
lo que ve y oye y siente: quiere ir al fondo, a la fuente, al origen del ‘borbollón’ ―del que hablaba Salarrué―, y es desde esa atalaya desde donde paisajes y personajes emergen en Augusto Crespín.

La institucionalidad cultural salvadoreña siempre estará en deuda con los artistas plásticos, a quienes nunca ha sabido valorar, comprender y apoyar. Y esto es de larga data, lo vivieron Valero Lecha, Salarrué, Zélie Lardé, José Mejía Vides, Alfredo Cáceres Madrid, Camilo Minero, Julia Díaz, Carlos Cañas, Benjamín Cañas…, y lo viven Bernardo Crespín, Antonio Bonilla, César Menéndez, Augusto Crespín, Mayra Barraza, Ricardo Clement… No se trata de prebendas, sino de un empeño sostenido para que las artes plásticas nunca pierdan su llama entre nosotros.

Hay una pieza reciente de Crespín que, para comenzar, con su título, ‘Sr. de la literatura, incansable buscador de espacios intangibles’ (acuarela y tinta sobre papel, 2025), muestra sus señales inconfundibles de identidad artística. Ese hombre de perfil anguloso, de chaleco o poncho azul, de nariz como cuchilla y de gorro de fiesta (¿o de dormir?) lanza su mirada hacia algún lado indefinido o ha cerrado los ojos y ‘mira hacia adentro’. Ese tono rosa y amarillo del fondo de la pieza plástica le da a la escena, a pesar de la seriedad del personaje, incrustado en sus afanes y en sus ensoñaciones, un aire esperanzador y nostálgico a la vez.

En este octubre, Augusto Crespín, sigue su andadura con sus instrumentos de auscultar el tiempo y la vida. Y nos recuerda en cada trazo, en cada paisaje rasgado y en sus múltiples caras que asoman en sus cuadros, que el Artista hoy y siempre debe ser siempre un adelantado, no un espectador inmóvil.

*Jaime Barba, REGIÓN Centro de Investigaciones