En 1982 acababa de entrar a la adolescencia cuando llegué como estudiante del turno vespertino del Colegio Divino Salvador (CDS), una institución ubicada en las antiguas instalaciones del Liceo Salvadoreño. Desde entonces le guardo mucho cariño a un centro educativo que fue mi alma mater media y donde cultivé amigos y una convivencia llena de grandes anécdotas que atesoro en mis recuerdos.
Era estudiante de primer año de bachillerato académico y ya tenía la plena convicción que en la universidad tenía que estudiar periodismo, por eso para segundo año tenía que escoger la opción humanidades. Llegué a ese primer año con la timidez de un adolescente pueblerino que viajaba desde Olocuilta a San Salvador dispuesto a aprender y a hacer amigos. Rápido me hice de amigos, algunos de los cuales jamás volví a ver y otros ya partieron al cielo, pero los recuerdo con mucho cariño y nostalgia.
Cuando inicié mis estudios de bachillerato el director general era el profesor Ernesto Revelo Borja, quien en la década los 60, durante la administración del presidente Julio Adalberto Rivera se desempeñó como ministro de Educación. El director académico era el Lic. Oscar Antonio Pino Dawson. El primero era todo un personaje que inspiraba mucho respeto, mientras que Pino era un psicólogo que castigaba sonriendo, que nos generaba mucha confianza y que era un sabio con sus consejos. Ambos ya descansan en paz y viven en la memoria de muchos, qué como yo, les vivimos agradecidos por su sapiencia y tolerancia hacia nosotros. Fueron valiosos y sus vidas valieron la pena.
Un día el Sr. Pino me castigó porque le lancé un piropo “inapropiado” a una compañera. Me regañó y me llamó a su oficina, donde se dispuso a aconsejarme y terminó dándome una larga y sabia orientación. “Vos vas a ser un buen periodista” me dijo, sin preguntarme cual era mi aspiración. Algunos de mis profesores de tercer ciclo también me habían dicho antes que el periodismo era lo mío y yo mismo tenía claridad de ello.
En segundo año de bachillerato me pasé al turno matutino. En la mañana (solo para varones) estudiábamos los alumnos de bachillerato académico Humanístico y Físico –Matemático. Por la tarde (mixto) los de la especialidad en químico-biológico. Tanto en el turno de la mañana como el de la tarde fue determinante nuestro bibliotecario Emeterio Colocho, quien hacía las veces de “Disc Jokey” (DJ) porque en cada recreo era el responsable de animar desde su oficina convertida en cabina con la música del momento. Muchas veces acudíamos a él para pedirle alguna melodía especial y él siempre nos complacía. Los recreos eran para jugar basquetbol o fútbol, escuchar música o ir al cafetín del colegio. Colocho estaba al tanto de los grandes cantantes y éxitos de la época y contribuyó mucho a nuestras sanas vivencias de estudiantes. A muchos nos gustaba ir a la administración, precisamente porque una de las secretarias era hermosa y nos sacaba suspiros.
En el turno matutino me tocó vivir entre dos mundos. Las asignaturas comunes las recibíamos todos juntos, mientras que para recibir las de la especialidad nos separaban a los de Humanidades. Resulta que en la especialidad de Humanidades tenía alrededor de 12 compañeros que eran seminaristas, incluso ahora son sacerdotes; mientras que en las clases comunes había algunos compañeros “jodarrias” con quienes alguna vez nos salimos de clases para ir a “vacilar” con señoritas estudiantes de centros educativos vecinos y en ocasiones hasta para ir a los cines a ver películas no aptas para menores. En ocasiones nos salíamos para ir a apoyar a nuestro colegio en los juegos de fútbol y basquetbol que se disputaban en el marco de los juegos estudiantiles, entonces tan clásicos y de moda.
El CDS era un asiduo participante en los juegos estudiantiles, inclusive alguna vez fue campeón en la categoría superior de fútbol y en baloncesto era un gran competidor junto al Liceo Salvadoreño, Instituto Miguel de Cervantes, Colegio Santa Cecilia, Colegio Don Bosco, INFRAMEN y otros. para los estudiantes ir al gimnasio nacional o al estadio Flor Blanca realmente era una fiesta donde participábamos en duelos de barras y regresábamos afónicos de placer.
Un grupo de compañeros eran “jodarrias” y los otros eran sensatos. Había que amoldar la conducta, según la clase. Hubo profesores que se hicieron muy amigos y otros muy estrictos, pero todos de muy buen talante docente. Todos aquellos profesores ya se retiraron y desgraciadamente algunos ya fallecieron. A cada uno de le recuerda con mucho cariño y respeto. Profesores como Emperatriz de Artiga, Otoniel Figueroa, Ricardo Cuéllar, Rafael Lara, Pedro Ancheta, Humberto Quijano, Oscar Pino, Rogelio Lara, Florencio Chávez, Heriberto Cortez, Humberto Moreno, Francisco Rivera, Javier Lara y otros, dejaron un saber valioso en nuestra formación como bachilleres.
Siempre me sentí orgulloso del colegio, el cual estaba enclavado en un sitio de alto valor cultural e histórico, sobre la décima avenida sur, en el barrio San Esteban. Enfrente el palacio de la Policía Nacional, contiguo a la iglesia La Merced (donde la historia marca que el 5 de noviembre de 1811 se dio el primer grito de la independencia centroamericana) y a unos metros la Administración de Rentas. A una cuadra la histórica y desaparecida iglesia San Esteban.
Las instalaciones de colegio, construido de ladrillos, hierro forjado, madera y lámina troquelada traída del extranjero resistió terremotos y toda suerte de eventos naturales. Las instalaciones fueron cedidas por las autoridades maristas del Liceo Salvadoreño a los visionarios propietarios del Colegio Divino Salvador, luego que el inmueble divinista sufriera un incendio de gran envergadura.
Desde su fundación el CDS ha graduado a miles de jóvenes, muchos de ellos trascendieron con un valioso aporte a la sociedad salvadoreña. Médicos, abogados, odontólogos, economistas, administradores de empresas, contadores, ingenieros, arquitectos, militares y toda suerte de profesionales pasaron por aquellas aulas verdes de nuestro querido colegio.
En estos días se ha anunciado oficialmente que concluyendo el año lectivo 2025, tras 75 años de funcionamiento, el colegio será cerrado definitivamente. Las instalaciones del colegio siguen ahí, en apariencia en buen estado. Sobrevivieron a los eventos naturales, a la guerra, al accionar de las pandillas y a toda forma de inclemencia, pero así es el ciclo de la vida. Los verdaderos motivos de su cierre solo los propietarios lo sabrán a cabalidad. Todos los centros educativos privados de la zona cerraron desde hace muchos años y solo el CDS había sobrevivido. Cerraron el Instituto Miguel de Cervantes, el Nuevo Liceo Centroamericano, el Liceo David J. Guzmán, el Liceo Salarrué, el Instituto Orantes, el Liceo Rubén Darío, el Liceo Camilo Campos, y muchos otros históricos.
Cierra el Colegio Divino Salvador, pero atrás deja a camadas de promociones de bachilleres que se consolidaron en amistades perdurables, en cúmulos de gratas anécdotas vividas, en agradecimientos infinitos, en la continuidad de los años maravillosos, en una amalgama de añoranzas que desde el pasado las hacemos revivir cada vez que nos encontramos con nuestros excompañeros y amigos con quienes compartimos aulas, sueños, ilusiones y vivencias.
Gracias maestros, gracias excompañeros, gracias amigos, gracias promoción 1982-84, gracias a quienes nos sentimos orgullosos de ser divinistas… Se cierra el colegio, pero florece la nostalgia, el orgullo y el honor, así como el deseo de volver a aquellas aulas donde nos forjamos como bachilleres de la república.
*Jaime Ulises Marinero es periodista
