Durante décadas, la posibilidad de que una persona abiertamente gay o transexual liderara un equipo de fútbol parecía una utopía en El Salvador. Sí: en un país marcado por el machismo y la homofobia, la cancha siempre estuvo reservada para una masculinidad rígida, donde cualquier personalidad diferente era excluida y discriminada.
Hoy, el influencer trans unionense Marvin Corrales, conocido popularmente como La Moycito, ha logrado romper esa barrera, ganándose con talento y carisma un lugar protagónico en partidos no oficiales que marcan un precedente: el de un fútbol diverso entre creadores de contenido: hombres -con o sin sobrepeso-, mujeres mayores y personas de la comunidad LGBT en el mismo juego.
Originaria de Santa Rosa de Lima, La Unión, la Moycito pertenece a una dinastía futbolera. Su hermano, Rudys Corrales, exjugador del Municipal Limeño, llevó primero ese apellido a los estadios profesionales con el equipo Municipal Limeño.
Ella, desde otro ángulo, lo resignifica en los encuentros futboleros amistosos de las selecciones de tiktokers de El Salvador y Honduras, donde el espectáculo y la inclusión se encuentran. Con el balón a sus pies, la chica transgénero se ha convertido en un referente improbable, una líder capaz de guiar a su equipo con la misma entrega y picardía que caracteriza a los ídolos de antaño, pero no es solo en términos humorísticos, sino también por sus capacidades y destrezas.
Para muchos no es exagerado decir que La Moycito es una versión alternativa del Mágico González: impredecible, magnética y capaz de echarse un equipo entero al hombro, sin importar si este incluye a chicos o chicas.
Más allá de un marcador, la diversidad de estos equipos ya es un triunfo: han demostrado que el fútbol también puede ser un espacio de respeto, diversidad y comunidad.
@moysito_corrales♬ Y Que Fue? – Don Miguelo
El fenómeno de Moycito ocurre en paralelo con otra transformación clave: el avance del fútbol femenino en el país. Aunque aún enfrenta desigualdades en recursos, visibilidad y apoyo institucional, cada vez más salvadoreñas pisan fuerte en canchas locales e internacionales.
Sus partidos, que hace algunos años eran vistos como secundarios, hoy despiertan interés y reconocimiento. Junto con figuras emergentes y equipos que luchan por un lugar en ligas profesionales, ellas también refutan la errónea idea de que el fútbol es “solo para hombres”.
A este concepto se suman a experiencias internacionales como el club Dogos en Argentina —pionero en el deporte LGBT desde 1997—, las más de 50 agrupaciones inclusivas en México y organizaciones en Estados Unidos que trabajan por políticas deportivas igualitarias. La premisa es clara: el talento y la pasión no tienen género ni orientación sexual.
La inclusión en el fútbol salvadoreño, aunque aún incipiente y nacida en el ámbito de creadores de contenido, ofrece una lección poderosa: la representación importa.