Las tierras raras, esenciales para fabricar desde vehículos eléctricos hasta billetes de euro, se han convertido en el epicentro de la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Pekín, que domina casi por completo esta industria, intensificó en abril las restricciones a su exportación en respuesta a los aranceles impuestos por el Gobierno de Donald Trump, en lo que denominó el “Día de la Liberación”.

Las tierras raras son un grupo de 17 elementos químicos (escandio, itrio y los lantánidos) con propiedades magnéticas, luminiscentes y electroquímicas. Su uso es crucial en pantallas táctiles, paneles solares, turbinas eólicas, autos eléctricos, sistemas militares y hasta en los billetes de euro, para prevenir falsificaciones.

Aunque comenzaron a aislarse en los siglos XVIII y XIX, su explotación industrial se consolidó en los últimos 50 años, impulsando su papel estratégico en la economía global.

A pesar de su nombre, no son tan escasas: existen en varias regiones del planeta. Sin embargo, su extracción y procesamiento son complejos, lo que aumenta la dependencia de países con mayor capacidad tecnológica.

China concentra el 49 % de las reservas mundiales —unos 44 millones de toneladas, según el Servicio Geológico de EE.UU.— y controla más del 70 % de la producción global y casi el 90 % del refinado, dejando a potencias como EE.UU., India, Brasil, Vietnam y Australia en un segundo plano.

El dominio de Pekín comenzó en los años 80, cuando el Gobierno chino clasificó estos minerales como estratégicos, otorgó subsidios a la industria y permitió estándares ambientales bajos que redujeron costos frente a los competidores occidentales.

En palabras de Deng Xiaoping en 1992: “Medio Oriente tiene petróleo; China tiene tierras raras”.

Hoy, China es un actor insustituible en sectores clave como la tecnología, la energía renovable y la industria militar.

En 2024 Pekín aprobó la primera legislación específica para el sector, reforzada en julio de 2025 con la Ley de Recursos Minerales, que otorga al Estado un mayor control, introduce licitaciones competitivas y exige restauración ecológica tras la explotación minera.